—¿Seguro que es por aquí? —pregunté apurado.
—¡Claro que sí! —contestó Fredo, que caminaba varios metros por delante—, date prisa, el guarda está por el lado viejo ahora, no sabemos cuanto tardará en hacer la ronda.
Se me revolvió el estómago. No sabía en qué momento me había parecido buena idea ir al cementerio en plena madrugada a profanar la tumba de Joel, mi amigo recién fallecido. Pero ahí estaba, cargado con una pala, detrás de Fredo y dispuesto a todo.
—Creo que por aquí ya hemos pasado —dije señalando la estatua de un angelote rechoncho.
Fredo se paró en seco y olisqueó el ambiente. Se giró hacia mí con una sonrisa triunfal y dejó caer la bolsa de deporte que llevaba al hombro.
—Es ésta.
Apunté con la linterna, en la lápida no había ningún nombre y en la oscuridad no podía asegurar que fuera el mismo lugar donde habíamos celebrado el funeral de Joel esa tarde. Pero la tierra estaba recién removida, y Fredo parecía muy convencido de la ubicación. Confié en él y clavé la pala en el suelo.
Cavar una fosa parecía mucho más fácil en las películas. Yo era un tío grande y fuerte, pero la verdad es que me estaba costando horrores sacar toda esa tierra. Entre palada y palada, observaba como Fredo extraía velas y otros utensilios de la bolsa y los colocaba cuidadosamente formando un semicírculo para realizar el ritual.
Entonces toqué algo duro con la pala, al escuchar el sonido, Fredo vino a mi lado y entre los dos nos pusimos a retirar tierra y barro hasta que dejamos el ataúd al descubierto. Nos miramos.
—¿Funcionará? —pregunté sin tenerlas todas conmigo.
—¿Me tomas el pelo? ¡Claro que funcionará! —contestó Fredo mientras sacaba de su bolsa un libro antiguo. —¡Alúmbrame! —me pidió rebuscando entre las páginas. —¡Aquí está! Atento, voy a recitar el salmo, no debes hablar hasta que acabe. Entonces, abriremos el ataúd y Joel estará de nuevo con nosotros.
Esas palabras me dieron la fuerza que me faltaba. Joel había sido mi mejor amigo desde niños, siempre habíamos estado juntos. Perderle, de forma tan repentina, era algo que no podía asimilar. Si así podíamos traerlo de vuelta, teníamos que intentarlo.
Asentí conforme y Fredo empezó a entonar un siniestro cántico en un idioma que no supe identificar.
Al terminar, un golpe dentro de la caja rompió el silencio. Nos metimos en el foso de un salto y agarramos con fuerza la tapa del féretro para levantarla.
El cadáver estaba tapado con una sábana, pero en la parte de abajo se veía un zapato de señora. Un momento, ¿de señora?
El bulto se movió y nos sobresaltó. Empezó a escucharse un siseo que poco a poco se fue convirtiendo en un débil gemido. Otro movimiento, esta vez más brusco.
Yo estaba aterrorizado, sin embargo, Fredo parecía satisfecho. Se agachó y levantó la sábana para descubrir quién había debajo y ¡sorpresa!: No era Joel.
Era una mujer. Tenía los ojos abiertos y una expresión extraña en el rostro. Parpadeó lentamente y miró alrededor desconcertada. Abrió la boca y su gemido se transformó en una pregunta.
—¿Quéééé haaaagoooo aaaaquíííí?
Fredo me agarró del brazo para que no saliera corriendo de aquella espantosa escena.
—Esto es cosa de los dos —me susurró entre dientes. Pero había sido él quien se había confundido de tumba.
La mujer se incorporó lentamente. Era joven, delgada y, a pesar de estar muerta, era bastante guapa. Llevaba un vestido rosa pasado de moda, que junto al peinado le daba un aire como de actriz de Hollywood de los años setenta. Entonces nos miró.
—¿Me ayudáis… a… salir? —preguntó con voz ronca.
Fredo se acercó, me indicó que le echara una mano. Entre los dos la sacamos del ataúd, salimos del foso y los tres nos montamos en la furgoneta para alejarnos del cementerio.
Estábamos eufóricos, ¡el plan había funcionado! Era cuestión de tiempo volver a por Joel.
—Estabas muerta y nosotros te hemos resucitado —le explicó Fredo mientras conducía. Ella callaba.
—Eso es bueno, —continué yo, que estaba sentado a su lado en la parte de atrás— ¡ahora tienes una nueva oportunidad!
—Tengo hambre —replicó la mujer.
—De acuerdo, pararemos en la gasolinera —anunció Fredo.
Ella me miró con una tétrica sonrisa y me atravesó un escalofrío que me indicó que algo no iba bien. Me giré para hablarle a Fredo, pero fue un error, pues fue en ese preciso momento cuando sentí el primer mordisco.
Escena número 64 · Noviembre 2024
Escena: un relato que contenga las palabras: lápida, zapato y actriz.
Reto opcional: incluir en el relato la frase: “En la lápida no había ningún nombre”.
El texto está corregido y modificado según los acertados comentarios de mis compañeros de taller.
Relato nº 80 - incluido en la Recopilación de textos del taller "Móntame una escena"
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-64/
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