Desde que lo dejó con María Dolores, Alejandro no había levantado cabeza. Ella se había convertido en el centro de su vida, lo había abandonado todo y se había mudado a Barcelona. Después de acostumbrarse y encontrar un buen trabajo, resulta que las cosas no habían funcionado. Y aunque fue algo de mutuo acuerdo, él es el que se había tenido que buscar otro piso en una ciudad donde no conocía a nadie.
Por eso estaba ahí esa noche, estaba harto de pasar las horas jugando al póker online y viendo documentales de Netflix, de esperar junto al teléfono a ver si María Dolores lo llamaba. Había llegado el momento de actuar y por fin sentía que estaba preparado.
Ágata parecía una mujer preciosa en su foto de Tinder. Tenían la misma edad, gustos similares y ambos habían pasado por una ruptura reciente. Le gustaba hablar con ella por el chat de la aplicación, estaba claro que había feeling, parecía extrovertida y muy segura de sí misma. Ojalá poder sentirse igual.
Alejandro entró en el local algo nervioso. Había salido de casa sin apenas mirarse en el espejo y el traje le picaba horrores en brazos y piernas. La música sonaba demasiado alta y, aunque ya no se podía fumar en los garitos, el ambiente estaba cargado. Observó a su alrededor sin saber muy bien qué estaba buscando. Todo el mundo iba disfrazado, bailaban, hablaban entre ellos, bebían… pero pese a que su atuendo de Batman hacía que pasara inadvertido entre el resto, él nunca se había sentido tan fuera de lugar.
—¿Alejandro? —Una voz femenina le hizo girarse.
Tal y como habían quedado Ágata iba disfrazada de Catwoman, el traje de cuero ceñido le sentaba de muerte. Se la quedó mirando unos segundos sin poder articular palabra, ¿esa era su cita?
—Sí, tu, tu, ¿tu eres Ágata? —consiguió tartamudear.
Ella soltó una risilla y lo cogió de la mano.
—Ven, vamos a por algo de beber
Él la siguió sin poder dejar de mirar sus caderas. Cuando le ofreció la copa, aprovechó para observar por primera vez su rostro. La máscara de gata le tapaba la parte de arriba de la cara, dejando a la vista esos enormes ojos marrones y unos voluptuosos labios pintados de rojo que... Un momento, ¿los ojos de Ágata eran marrones? Intentó acordarse de la foto de Tinder. ¿Y ese lunar en la mejilla? ¿Lo tenía también en la foto? No le sonaba para nada.
—¿Y donde vivías antes? —le preguntó ella.
—Ahá —respondió él con una sonrisa estúpida en la cara—, perdona, voy un segundo al baño —dijo dejando la copa en la barra.
Maldición, ¿cómo se podía ser tan despistado? Claro que era ella, ¿Quién iba a ser si no? Se lavó la cara con alivio, sonrió y se miró en el espejo. Y se vio.
Ahí estaba, un Batman cutre y escuchimizado con músculos de gomaespuma. ¿Se parecía él a su foto de Tinder? Y aunque así fuera, ¿Podía gustarle a alguien su foto de Tinder? El corazón se le aceleró y un sudor frío empezó a empaparle la frente. Estaba claro que esa mujer era demasiado, había quedado con el para reírse. Era algo que se veía a la legua… ¿Cómo podía ser tan imbécil?
Tenía que irse, huir de ese sitio. Se había creído el superhéroe pero siempre había sido el otro, el payaso. Todos estaban ahí para reírse de él.
Salió del baño aterrorizado y se fue hacia la salida sin atreverse a levantar la vista del suelo, aunque sentía como todos lo miraban con sorna.
Subió al coche y se puso camino a casa, igual María Dolores le había dejado algún mensaje en el contestador.
Relato que suceda en un carnaval o fiesta de disfraces, hay un personaje que tiene que tener miedo.
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