Literautas - escena 68 - Como cada mañana


Llevaba varios días sin dormir, la doctora le había dicho que era un efecto secundario de las pastillas. La verdad es que no tenía mucha confianza en que el nuevo tratamiento funcionara. Se había metido tanta mierda a lo largo de su vida que los químicos no actuaban de forma normal en su cuerpo. Pese a todo estaba tomando la medicación. Había avanzado mucho con la terapia y quería empezar, de una vez por todas, a hacer las cosas bien.

Aunque aún era muy pronto, la pequeña estación burbujeaba de vida. Se dejó caer en uno de los bancos de madera del andén para observar el ir y venir de los viajeros que caminaban absortos en las pantallas de sus móviles. Hombres y mujeres de todas las edades y condiciones que compartían la misma mirada cansada y vacía.

Y allí, al fondo, como cada mañana, sentada en el mismo banco, estaba ella. Con su melena roja como el fuego, embelesada por el fantástico mundo que le ofrecía el libro que tenía en las manos. Sonrió para sí mismo, su presencia era una bocanada de aire puro.

El antiguo reloj anclado en la pared de ladrillo marcó las ocho menos cuarto, el cercanías no tardaría en aparecer por la vía, ella se subiría y desaparecería de nuevo como todos los días. Tenía que reconocer que se había planteado más de una vez subir a ese mismo tren para averiguar su destino. Podría observarla desde algún asiento cercano. Podría seguirla. Se moría por saber más de ella. Pero hasta él mismo se daba cuenta de que aquello no estaría bien. Él no era un perturbado. Ya no.

El chirrido de los frenos del tren que llegaba lo sacó de sus pensamientos, volvió a mirar en su dirección y la vio levantada al lado de la vía. Observó cómo subía y le pareció que en el último momento, antes de entrar al vagón, miraba hacia él y le sonreía.

¿Era eso posible? Si lo pensaba, no era descabellado que se hubiera fijado en el tipo larguirucho lleno de tatuajes y con unas pintas un poco raras que se sentaba todas las mañanas en la otra punta del andén. Llevaban semanas coincidiendo.

La idea le gustaba tanto como le asustaba. De pronto una presión en el pecho amenazó con dejarle sin respiración. ¿Debía acercarse al día siguiente? ¿y si no le había mirado y solo habían sido imaginaciones suyas? ¿Qué pensaría ella? Iba a parecer un loco. Y esa etapa ya la había pasado. Se levantó nervioso. ¿Qué debía hacer? ¿Llamar a su psicóloga? Sacó el móvil de su chaqueta, pero antes siquiera de desbloquearlo lo escuchó.

No estaba seguro cuanto llevaba sonando, pero el “ring” de un teléfono antiguo resonaba por encima del bullicio. Miró a su alrededor para localizar de dónde provenía el estridente sonido y no pudo evitar fijarse en que si alguien más lo oía, nadie parecía interesarse por ello. Enseguida vió el viejo y destartalado teléfono de pared de la estación. Se acercó, lo miró dubitativo, alargó la mano y un escalofrío le recorrió la espalda al descolgar el auricular y darse cuenta de que no estaba conectado. Se lo puso en la oreja y tragó saliva antes de contestar.

—¿Sí?

Había alguien al otro lado de la línea ya que se escuchaba una respiración. Tardó unos segundos en oír una voz distorsionada que le resultaba odiosamente familiar.

—¿Por qué no vas a por ella? —le preguntó con tono burlón. De fondo se escuchaban risillas.

En otro tiempo habría colgado y habría salido huyendo a refugiarse en la seguridad que le ofrecía su alijo de narcóticos. Pero no ahora. Ahora era más fuerte, tenía el valor, las armas y estaba harto de que las malditas voces dirigieran su vida. Ya no iba a ser nunca más ese tarado pusilánime.

—Eso no va a pasar —contestó con autoridad, dejando que su pasado se escapara al pronunciar cada palabra. Ni siquiera permitió que las voces le replicaran, colgó el teléfono y una reconfortante sensación de victoria se adueñó de su cuerpo. Soltó una carcajada que hizo que un par de curiosos levantaran sus cabezas de las brillantes pantallas para ver qué pasaba.

En ese momento llegó su tren y echó una carrera para meterse en el último vagón. Se acomodó en el asiento, hacía tiempo que no se sentía tan feliz y seguro de sí mismo. Definitivamente, al día siguiente hablaría con la pelirroja.

En algún lugar, las voces rieron satisfechas.



Escena número 68 · Marzo 2025
Escena: un relato a partir de la siguiente escena: "En la estación de tren hay un teléfono público que casi nadie usa. Es un modelo antiguo, de esos de metal y con el auricular pesado. La mayoría de los viajeros pasan de largo, con sus móviles en la mano. Pero un día, suena…".
El texto está corregido y modificado según los acertados comentarios de mis compañeros de taller.
Relato nº 55 -  incluido en la Recopilación de textos del taller "Móntame una escena" 
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-68/

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