Apoteosis.

No puede ser; no es posible; me niego rotundamente a creerlo. Pero duele tanto que temo que sea cierto. Siento que me apago. El dolor me consume.

He intentado resistir. He conseguido ser fuerte. Mi pueblo necesita ver que sigo teniendo poder. Pero en las solitarias noches he vertido muchas de esas lágrimas de confusión y de impotencia que guardo silencioso en lo mas profundo de mi corazón.

Me muero. No quiero admitirlo, pero me muero. Y no sé si es peor el dolor físico, o ese vacío que siento. Mi alma sufre: todo mi ser está sufriendo. Estoy tan confundido. ¿Acaso los dioses sufren? ¿Acaso los dioses mueren?

No. No puedo admitirlo. Pero veo tan cerca mi final. Lo veo tan claro, tan cruel...

Soy como un niño asustado perdido en el fragor de una batalla, cuya victoria nunca será de nadie. Me siento solo y no puedo hacer nada.

Mis dientes chirrían de rabia, mi pecho grita de impotencia. No, los dioses no mueren. Los dioses no morimos.

He hecho todo por mi pueblo: he amado, he asesinado, he robado, he abastecido, he mentido, he sido cruel y bondadoso. Siempre actuando como el dios que era. Que pensaba que era.

Pero me muero. No soy un dios por que me muero. Y mis pensamientos enfermizos hierven ahora en mi cabeza. No quiero que me recuerden como un loco ya que así me veo. No quiero que me recuerden siquiera. Quiero que me amen, que me admiren, que me adoren. No quiero morir ahora. Quiero vivir para siempre.




Taller de literatura de Ángel Longás - Tema "Si yo fuera Dios"

Comentarios