Literautas - escena 53 - La Fantabulosa y Espectaculiar Sombrerería del Señor Ende.

Encontré la tiendecita por casualidad. Esa mañana había salido decidido a perderme en el laberinto de callejuelas de la parte antigua de la capital. El enorme cartel había llamado mi atención. Rezaba: "Sombreros fantabulosos y espectaculiares".

Entré sin pensarlo y como no había señales del tendero, aproveché para dar una vuelta. Cientos de sombreros se agolpaban en estanterías y aparadores; todos diferentes, sin etiquetas ni orden. Tenía que ser una locura encontrar algo en ese caos.

Cogí uno al azar: una larga chistera con un lazo lila. Cuando iba a probármela un carraspeo a mi espalda me hizo girarme.

Se trataba de un señor bajito, con un impecable traje de camisa y chaleco.

—¿Puedo ayudarle, caballero? —preguntó en un tono casi musical. Me regaló una sonrisa amable y cogió la chistera de mis manos para dejarla en el mismo sitio donde estaba.

—Busco un sombrero.

—Entonces está en el lugar adecuado. Soy el señor Ende —dijo estrechando mi mano—. Estos espectaculares sombreros son artesanales y extremadamente peculiares.

Me encantó la teatralidad con la que actuaba y le seguí el juego.

—¿Y cuál recomendaría para mí?

Se me acercó y empezó a escudriñarme. Sin mediar palabra, se metió en la trastienda y sacó un curioso fedora granate con una pluma multicolor. Antes de dármelo me miró muy serio.

—Debo avisarle de la particularidad de estos sombreros: no son meramente decorativos, si no que proporcionan una experiencia fuera de lo común. ¿Viene recomendado por alguien?

Negué con la cabeza. Sonrió y señaló una silla.

—En ese caso, es mejor que se siente antes de probárselo.

Obedecí. El hombrecillo me tendió el sombrero.

—¿No va a dejarme un espejo para ver cómo me queda?

Soltó una risilla.

—Confíe en mí. No va a hacerle falta.

Me encogí de hombros y me lo puse. Una sensación de vértigo me hizo cerrar los ojos. Al abrirlos no podía creer lo que veía: me encontraba en una solitaria playa tropical. A lo lejos el mar y el cielo se fundían en un horizonte de infinitos tonos azules. Escuchaba el sonido de las olas. Sentía la fresca brisa marina. Al quitarme el sombrero y me vi de nuevo en la tienda. La impresión fue tan grande que de no haber estado sentado, me habría caído de espaldas.

—Mmm —musitó—, no es para usted. —Recogió el sombrero y siguió rebuscando por la tienda.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté confuso.

—Ya le avisé de que eran muy especiales —contestó mientras sacaba de la vitrina un pequeño bombín verde pistacho.

—Pruébese éste —me dijo.

Lo miré con desconfianza y volvió a sonreírme.

—Tranquilo. Le aseguro que está a salvo.

Me lo puse sin estar convencido. Esta vez la sensación de vértigo fue menor, quizá porque ya la esperaba. Cuando abrí los ojos me encontré en una lujosa sala con tres guapísimas mujeres ligeras de ropa. Antes de que se me acercaran con claras intenciones, me quité el bombín. Miré al señor Ende, y fui yo quien sonrió ofreciéndole de vuelta el sombrero.

—Tampoco es para mí.

—Entiendo —dijo pensativo. De pronto chasqueó los dedos, se giró y cogió un canotier negro de un aparador cercano.

—Éste nunca falla.

En cuanto me lo probé, supe que había dado en el clavo: volaba como un pájaro. Subí todo lo alto que pude y me dejé caer en picado para planear a ras de suelo. Era la libertad, el pasaporte a la felicidad. Me lo quité emocionado, asintiendo con la cabeza. Observé nervioso el sombrero. Lo quería para mí, pero temía que el precio fuese demasiado alto.

—¿Cuánto cuesta?

—No creo que tenga usted dinero suficiente para pagarlo. —Le miré desilusionado—. Pero es posible que podamos hacer un trueque…

—¿Un trueque? —pregunté interesado.

—Seguro que usted ha vivido muchas experiencias interesantes, quiero un recuerdo. Uno agradable. A cambio tendrá su sombrero.

Aquello no tenía sentido, pero allí nada lo tenía. Y yo necesitaba ese canotier.

—Ok, trato hecho.

El señor Ende sonrió satisfecho y me señaló la trastienda. Me dirigí hacia ahí sin soltar mi sombrero, mi pequeño tesoro.

Al cruzar el umbral me vi reflejado en el escaparate de una sombrerería. ¿Cómo había llegado allí? ¡Maldición!, me había pasado con los tequilas otra vez. Solté un bufido, aventé el horroroso sombrero negro que llevaba en la mano y emprendí el camino de regreso a casa.

Esto… ¿Por dónde era?


Escena número 53 · Agosto 2018 - Pasaporte, horizonte y laberinto.
Escena: un relato que contenga las palabras: pasaporte, horizonte y laberinto.
Reto opcional: que el relato tenga lugar en una tienda de sombreros.
El texto está corregido y modificado según los acertados comentarios de mis compañeros de taller.
Relato nº 110 - incluido en la Recopilación de textos del taller "Móntame una escena" 
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-53/

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