Nunca me ha gustado el circo, no sé, hay algo en ese ambiente que me repele. Algo turbio. Si embargo aquí estoy, sentado al lado de Amanda. La observo. Está tan guapa, tan radiante, feliz como una niña. Es una mujer caprichosa. No entiendo cómo a estas alturas, no se ha cansado todavía de mí.
Se apagan las luces y un foco alumbra la pista, aparece un señor bajito y regordete con un sombrero de copa y un ridículo bigote.
—Damas y caballeros, niños y niñas. Esta noche contamos con la presencia de Mihail Florescu, ¡el famoso lanzador de cuchillos!
La orquesta empieza a tocar una animada música, mientras aparece en la pista el lanzacuchillos y su guapa ayudante a la que ata a una rueda y, mientras gira, le lanza cuchillos de todos los tamaños. Pese a no estar en primera fila, tengo la piel de gallina. Padezco de aicmofobia, miedo a los objetos afilados, y tengo que hacer un esfuerzo considerable para no apartar la mirada y quedar como un cobarde delante de Amanda. Una vez acaban, la desata y ambos miran a las gradas.
—Voy a necesitar un voluntario —dice.
Se hace el silencio. La ayudante pasea entre las butacas observando a los espectadores. Se acerca a nuestra zona. «No hagas contacto visual» pienso. Pero soy imbécil y la miro a los ojos cuando pasa a mi lado. Ella sonríe y se planta delante de mí. Me ofrece su mano. Miro a Amanda que empieza a aplaudir emocionada, el resto del público la imita. Me resigno y me levanto para seguir a la ayudante a la pista.
—Parece que tenemos un valiente —dice el lanzador—, ¿cómo te llamas?
—Mateo.
—Muy bien, Mateo, espero que no le tengas miedo a los cuchillos.
El publico ríe. Yo suelto una risa nerviosa. Estoy acojonado, pero bajo ningún concepto lo voy a demostrar delante de toda esa gente.
La ayudante me pone una capucha en la cabeza que me deja a oscuras. Y me conduce a la rueda a la que me ata con una correa por muñecas y tobillos.
«¿Qué narices hago aquí?» me pregunto.
—Ohhhhhhh —el público murmura y aplaude. El lanzador debe de estar mostrando lo afiladas que están las armas.
De repente, silencio. Escucho el roce metálico de los cuchillos. Un escalofrío me recorre la espalda.
—Mateo, ¿estás listo? —pregunta.
No lo estoy, pero no me da tiempo a contestarle. El cuchillo impacta a mi izquierda y se queda clavado en la madera. Acto seguido tres impactos más entre mis piernas. La tela de la capucha se me pega a la cara y empiezo a sudar. Otro impacto a mi lado derecho. Y otro muy por encima de mi cabeza. Quiero gritar. Pero tengo que mantener la compostura. ¿Qué clase de tarado voy a parecer si me pongo a chillar como un loco en mitad del número? «Aguanta Mateo» me digo, «esto no puede durar mucho». Tras el último impacto la gente empieza a aplaudir. «Ya está» Sonrió y escucho como la ayudante se acerca para recoger los cuchillos.
—Y ahora. ¡El más difícil todavía! —anuncia el director de pista.
Sin avisarme, ponen en marcha el motor de la rueda. El corazón se me desboca.
—Espera un momento —digo, pero mis palabras se pierden entre los aplausos del público.
Al principio gira lenta, pero poco a poco va aumentando la velocidad. Empiezo a marearme. Esto no me gusta, me agarro con fuerza a las correas.
El primer impacto hace que el publico estalle en una ovación. El cuchillo agujerea la capucha a pocos centímetros de mi cabeza. Desprende calor y huele a humo y a productos químicos. Los cuchillos están ardiendo.
El segundo impacto me asusta de verdad. Ha sido tan cerca que noto el roce del filo en mi antebrazo.
Cuando voy a increparle, el tercer impacto me atraviesa el muslo. Tardo unos segundos en sentir el dolor inmenso que se apodera de toda la pierna. Grito pero no se me oye.
Otro cuchillo penetra en mi hombro. La punzada del dolor me golpea como un rayo. Empiezo a llorar. Les suplico que paren. Como respuesta otro cuchillo me hiere en la misma pierna.
La orquesta sigue tocando, y el publico aplaude enardecido. El tirador lanza mas cuchillos que se hunden en mi mano, en mi brazo, en mi costado.
Es difícil ordenar los pensamientos, mientras doy vueltas, el dolor abrasa cada parte de mi cuerpo. El olor a sudor y carne quemada me provoca arcadas. A lo lejos escucho los gritos, los rugidos de los espectadores que piden mas.
El último cuchillo se clava en algún lugar de mi pecho. Ni siquiera siento el dolor. Respiró con dificultad y espero a la muerte.
Entonces me quitan la capucha y veo a Amanda con el cuchillo en la mano. Está guapísima, radiante. Y dispuesta a deshacerse por fin de mí.
Ejercicio curso de escritura creativa - Avanzado - Géneros - terror: Escribir un relato que despierte una sensación angustiosa en el lector.
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