Marga siempre tenía sueño: por la mañana al levantarse para trabajar, después de comer cuando ayudaba a Juanito con los deberes, a final de la tarde al ponerse con la cena. Vivía en un perpetuo bostezo. Todos los días, a todas horas. Siempre, salvo cuando se acostaba para dormir.
Se metía en la cama cansada, se arropaba, cerraba los ojos… pero no había manera.
—Prueba a contar ovejas —le había dicho Victoria, la mamá de Oscar, en la puerta del colegio—, eso siempre funciona.
—No le hagas caso —le había rebatido María, la mamá de Pablito—, tomate una infusión de hierbas relajantes después de cenar, ¡mano de santo!
—Nada de eso —había interrumpido Sofía, la mamá de Apolo, que era la más mística y moderna—, tienes que hacer unos ejercicios de respiración y meditación. Mañana te traigo un libro.
Así llegaba a las tres de la mañana sin pegar ojo. Con una pila de libros en la mesilla, la habitación llena de ovejas imaginarias y con unas ganas tremendas de ir al baño de tanta valeriana. «De mañana no pasa» se dijo «Tengo que ir al médico».
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Roberto Gutierrez era médico de cabecera en el consultorio del barrio. Tenía enfrente sentada a Margarita, paciente de toda la vida. Y lo que le decía no tenía sentido.
—¿Cómo no vas a dormir nada? —le preguntó con una sonrisa incrédula—, mujer, eso es imposible.
—Nada, Roberto, como lo oyes. No duermo absolutamente nada.
Se levantó para examinarla.
—¿Pero tú te encuentras bien?
—Sí, bueno. Algo cansada y con mucho sueño, pero bien.
Auscultó el pecho de Margarita varias veces sin escuchar nada. Levantó la campana del estetoscopio y le dio un par de golpecitos con el dedo haciendo que le atronaran los oídos. Sacó la linterna para examinar sus ojos.
—¿Y cuánto tiempo llevas así? —preguntó mientras le enfocaba las pupilas. Le pareció curioso que no reaccionaran a la luz.
Ella se encogió de hombros.
—Pues, no sé… desde que nació Juanito.
Sacudió la cabeza. Juanito iba a cumplir cinco años, él mismo había asistido el parto.
—A ver, Margarita, si llevaras sin dormir tantos años, estarías…
—¿A qué fin te voy a engañar, Juan? —le interrumpió molesta.
Juan suspiró y le colocó el tensiómetro en el brazo. Al ver el resultado torció el gesto y volvió a ponérselo. Lo mismo.
—¿Me sale muy alta la tensión?
—No te sale ni alta ni baja, Margarita —dijo con una extraña expresión — Simplemente no te sale.
Le cogió la muñeca para tomarle el pulso. Y confirmó lo que sospechaba.
—¿Cómo que no me sale? ¿Qué significa eso? —preguntó asustada.
La miró muy serio, todo aquello era absurdo, pero no cabía duda. Tenía enfrente sentada a Margarita, paciente de toda la vida. Y todas las pruebas indicaban que la paciente estaba muerta.
Ejercicio curso de escritura creativa - Avanzado - Story Cubes: Escribir un relato inspirado en dos de los tres dados de la tirada de Story Cubes.
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