La elfa nocturna apuró su jarra de cerveza y la levantó en el aire para que el tabernero le trajera otra. Vestía un oscuro jubón de cuero sin mangas muy desgastado, que dejaba ver un tatuaje con forma de espiral en cada uno de sus hombros. Unos pantalones de tela y unas botas que le venían grandes completaban su atuendo. Lucía una melena corta de color lavanda, salpicada de hojas de enredadera. Tenía la cara marcada con cicatrices y una de sus largas y puntiagudas orejas tenía un feo corte reciente. A pesar de parecer una experimentada guerrera, no llevaba armas.
Una corpulenta figura encapuchada apareció por el umbral de la puerta, ella lo miró con sus brillantes ojos amarillos que parecían tener luz propia y sonrió. El encapuchado se acercó.
—Llegas tarde —dijo la elfa. El recién llegado se sentó y se quitó la capa. Ver a un draeniano por primera vez era siempre sorprendente por el simple hecho de que no pertenecían a este mundo. Era muy alto y fornido. De piel azul claro, ojos blancos sin pupilas. Llevaba rastas en el pelo y en la barba que parecían tentáculos. Vestía una túnica de chamán carmesí que le cubría hasta los pies, ocultando su largo rabo y sus inquietantes pezuñas. Dos afilados cuernos, de los que se sentía bastante orgulloso, sobresalían de su cabeza.
—He estado… ocupado —dijo observando las dos mazas que había dejado a un lado y que aún brillaban por algún tipo de encantamiento. Esto significaba que se habían usado recientemente. Ambos sonrieron—, ¿no tienes hambre? —le preguntó, ella señaló con la cabeza el plato y las jarras vacías que había sobre la mesa.
—Pide lo que quieras. Todavía falta por llegar el paladín —dijo mirando hacia la puerta con semblante serio—. Y es extraño, suele ser puntual.
El draeniano empezó a devorar el plato que le acababan de poner sobre la mesa.
—Le habrá surgido algún imprevisto —dijo con la boca llena—.Ya sabes, bendecir algún alma perdida, consagrar y mostrar rectitud… ese tipo de cosas… —Rió y se atragantó con el pollo—. De todos modos —continuó cuando se hubo repuesto—, no lo necesitamos, podemos hacer nosotros solos el encargo.
La elfa no estaba de acuerdo. El enemigo al que se tenían que enfrentar tenía aterrorizada a una aldea con sus hechizos de nigromancia y había acabado ya con varios grupos de aventureros. Pero no dijo nada, el chamán siempre le inspiraba una confianza que no era nada usual en ella. Se encogió de hombros, dio el último trago a su jarra y esperó a que acabara, dejaron unas monedas sobre la mesa y salieron de la taberna.
El draeniano silbó y apareció volando un enorme grifo acorazado que se posó a su lado. Le acarició la cabeza y montó encima del animal, mitad águila, mitad león. La elfa cambió su aspecto por el de un gran cuervo azul oscuro y alzó el vuelo.
—¡Sígueme! —graznó—, no está lejos.
Desde el aire enseguida vieron la destrucción del nigromante. A la elfa se le encogió el corazón al ver todos esos árboles calcinados, se posaron en la puerta de la cabaña que el villano había elegido como su refugio, el draeniano desmontó y la elfa volvió a su forma original.
—¡Sal ahora mismo! ¡Sabemos que estás ahí dentro! —gritó el chamán con voz grave y desafiante.
Del silencio de la cabaña emergió una risa terrosa y oscura que erizó la piel de la elfa. Una silueta se mostró a la luz del día. Una silueta demasiado familiar. La elfa soltó un grito de sorpresa. El draeniano gruñó.
El paladín, antes un humano apuesto, de larga melena azabache, cuerpo atlético torneado por el sol. Compañero de tantas aventuras. Ahora era una sombra de lo que había sido. Su reluciente armadura estaba rota, sucia y abollada. Su piel perfecta era un amasijo de carne reseca hecha jirones por donde asomaban sus huesos. Se había convertido en un no-muerto.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó la elfa. No esperaba una respuesta, su antiguo amigo, un ser guiado por la luz, se había perdido para siempre en las tinieblas.
Su rostro cadavérico se torció en una macabra sonrisa y lanzó un hechizo contra el suelo que lo hizo temblar y llenarse de una apestosa aura verde. Los dos amigos se miraron, el chamán sacó sus dos mazas que adquirieron un brillo rojizo y la elfa se transformó en un enorme oso de pelaje color lavanda.
Atacaron sin pensar. Sabiendo que sobrevivieran o no a la batalla, ya la habían perdido, pues su amigo nunca volvería junto a ellos.
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