La habitación apenas tenía luz, pero yo no la necesitaba para verla ahí de pie, enfrente del espejo de su tocador, encorvada y cabizbaja.
Me acerqué a ella despacio.
—No me mires—, repitió en voz alta y con tono firme. Me detuve.
—No he venido para mirarte —contesté. Ella se estremeció al escuchar mi voz y dejó encima del mueble el fino peine con el que se estaba atusando el cabello.
Levantó la cabeza y guardó silencio unos segundos. Cogió aire y apretó los puños antes de volver a hablar.
—¿Para qué has venido? —su pregunta se perdió en el aire, pues ya sabía la respuesta.
Sonreí. Ella suspiró con resignación. Reanudé mi marcha y me coloqué a su lado. Apoyé mi fría y huesuda mano en su hombro y noté como le atravesaba un escalofrío.
—¿Puedo terminar de prepararme? —me preguntó con voz suave clavando sus ojos en mi reflejo del espejo que teníamos delante. Asentí, le acaricié su suave y canoso pelo y me aparté para dejarle un poco de espacio.
La observé mientras se ponía sombra azul turquesa en los ojos y colorete en sus pálidas y arrugadas mejillas. La vi sufrir para que sus temblorosas manos hicieran una raya perfecta. Esperé paciente mientras elegía entre sus pintalabios uno rojo brillante.
Se observó satisfecha en el espejo y se volvió hacia mí.
—Ahora ya me puedes mirar.
Estaba radiante. Si hubiera tenido corazón, seguro que se me hubiera acelerado.
Dejé mi guadaña en el suelo y la cogí de la barbilla para poder ver bien su cara. Ella cerró los ojos, estaba lista.
Entonces la besé.
Ejercicio curso de escritura creativa - Avanzado - Ejercicio libre 2 - Escribir un relato inspirado en una canción
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