—¿La ves? —me preguntó el primo Rubén mientras me agarraba por las piernas. Me alzó un poco mas para que pudiera mirar a través del agujero de la pared de la cuadra. Cuando los abuelos tenían animales, lo usaban de almacén. Ahora solo había trastos. Agudicé la vista, el tejado se había vencido por un lateral y el sol se colaba a través de las tejas rotas. Aquello estaba sucio y húmedo, lleno de botes vacíos y cajas viejas. ¿Eso que había al fondo era mi muñeca?
—¡Aúpame mas! —le dije intentando trepar por el muro de piedra, Rubén me dio un empujón y conseguí meterme dentro. Miré al fondo y ahí estaba Ángela, con el vestido rojo que me habían traído los reyes para ella. No podía estar más contenta, Ángela era mi muñeca favorita —¡está aquí! —le grité al primo mientras me acercaba a gatas. Un riachuelo de piedrecitas se desprendió de la pared a mi izquierda. Tenía que ir más deprisa, si los abuelos se enteraban que nos habíamos metido en la cuadra, se enfadarían con nosotros. Agarré la muñeca y la sacudí para quitarle la tierra, estaba un poco sucia, pero no había nada roto ¿cómo había llegado hasta ahí?
—Ya te dije que la vi meterse en la cuadra —contestó el primo Rubén como si me hubiera leído la mente. —¡Seguro que subió sola hasta arriba para esconderse ahí al fondo!
—¿Y por que iba a querer esconderse? —le pregunté mientras le desenredaba el pelo lleno de ramitas. Rubén se tomo su tiempo para contestar.
—¿No te ha contado la tía Conchi lo del fantasma de la casa? —preguntó con voz inocente.
El corazón se me empezó a acelerar.
—¿Qué fantasma? —pregunté con una voz grave para que no se me notara el miedo que me negaba a sentir. Me di la vuelta para salir lo más rápido de ahí.
—Ah, pues si no lo sabes, mejor que sea así —contestó con despreocupación.
Me asomé por el agujero y lo vi intentando ocultar una sonrisa. ¡Ya me había vuelto a tomar el pelo! Fruncí el ceño y le saqué la lengua.
Me senté al borde del agujero, con las piernas colgando, para bajar al suelo pero cuando miré hacia abajo, se me hizo un nudo en el estómago. ¿Tan alto había subido?
—Venga, Raquel, baja ya —dijo el primo con impaciencia al verme dudar.
Yo no podía dejar de mirar el abismo que me separaba de tierra firme.
—Salta, venga, que va a venir la abuelita y nos va a pillar.
Sí, solo era un salto, no era tan difícil. Si había subido, tenía que poder bajar, pero… estaba a punto de empezar a llorar por que era incapaz de saltar.
El primo me miró con preocupación.
—No pasa nada— me dijo mientras se acercaba a mí y abría los brazos —salta, yo te agarro para que no te caigas.
Ya no hacía nada por ocultar las lágrimas, estaba aterrorizada. No podíamos decirle a los mayores que estábamos en la cuadra y yo moriría en aquel agujero lleno de botellas viejas. ¿Quién me mandaría a mi hacerle caso al primo?
De pronto una sombra tapó la puerta de la cuadra y ambos miramos hacia ahí para descubrir la silueta de la abuelita que nos miraba con una sonrisa maternal.
—Ya me extrañaba a mí que hacía un rato que no os oía, tan calladitos no podíais hacer nada bueno.
Me cogió en brazos y me dejó en el suelo. Una reconfortante sensación de alivio invadió todo mi cuerpo.
—No quiero saber nada de lo que estabais haciendo—dijo mientras la seguíamos al interior de la casa.
Esa tarde nuestros padres nos castigaron sin merienda, pero la abuelita nos dio a escondidas una onza de chocolate.
Ejercicio curso de escritura creativa - Avanzado - Autoficción - Escribir un relato de autoficción
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