Aparece la mariquita en el borde de la ventana,
Quieta, hermosa, brillante, roja,
Así es como lucen para mí las hadas.
Sonrío y me acerco a verla,
Me da miedo tocarla,
Redonda, pequeña, frágil, esquiva,
La esperada visita y, por fin, una lágrima.
¿Cuántos otoños me he perdido a tu lado?
¿Cómo medir la ausencia, cuando el tiempo no pasa?
Con cuidado aproximo la mano,
Tímida escala y cosquillea en mis dedos.
Curiosa, valiente, especial. Como tú.
Y durante un instante, que es eterno, me mira y me habla.
“No estés triste, cariño” me dice.
“No estoy triste” le digo, pero mis ojos no engañan.
Entonces mueve las alas y se desfigura,
Alza el vuelo y en un zumbido se escapa.
Y me deja a solas, como tú lo hiciste.
Pero el verla para recordarte, me reconforta el alma.
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